sábado, 14 de mayo de 2011

FERRARI: UN HONESTO INTRANSIGENTE


Irreverente, contestatario, crítico y visionario, son apenas algunos epítetos para el artista plástico cuya obra no deja a nadie indiferente, a quien desde el 31 de marzo pasado el Museo de Arte del Banco de La República de Bogotá abrió sus puertas para una genial exposición denominada: Retrospectiva. Se trata del argentino León Ferrari ganador del León de Oro en la Bienal de Venecia del año 2007 y mundialmente conocido por su espíritu de denuncia y su perfil de intransigente. Desde su aparición en escena, a comienzos de la década del cincuenta del siglo pasado, defensores y detractores han asumido posturas extremas para reverenciarlo o satanizarlo, que nada tienen que ver con la tranquilidad “subversiva” del artista quien con su ánimo provocador ha querido despertar al mundo de sus ambivalencias e hipocresías para mostrar una nueva hermenéutica de la historia de los vencedores sin derivar en el prejuicio: la del disidente con la pasión del controvertido.

Lamentablemente, mientras en otros países su exposición ha logrado acaparar la atención de la opinión, en el nuestro no ha tenido la merecida valoración de la crítica, ni siquiera la recensión del detractor y apenas ha sido reseñado en uno que otro periódico y en alguna revista o blog. Ni siquiera la Iglesia, que muchas veces ha procurado con el veto más espectadores o lectores de la obra prohibida, en una manera simpática de efecto inverso, se ha pronunciado para anatematizar, cosa que no sucedió en Argentina donde incluso el cardenal Jorge Bergoglio organizó una verdadera cruzada contra el artista que valió para que este dijera, con razón, que "nunca un artísta había contado con tanta publicidad" a expensas de la Iglesia.

En la exposición de Bogotá pocos han sido los visitantes si comparamos las filas en Buenos Aires o los aplausos en Italia. Y de esos pocos, muchos han pasado por las salas de exposición pero contados son los que han ido de verdad, pocos han pasado del dato anecdótico de las figuritas de santos en un horno microondas de juguete, de vírgenes en una paila ardiente, el gran Cristo cuyo madero es un avión de guerra o la imagen del juicio final de Miguel Ángel defecada por un ave. ¿Irreverente? Mi abuela también lo hacía con el periódico parroquial cuando no encontraba qué poner en la jaula del gallinero y creo que el artista florentino hubiera celebrado la idea de su homólogo argentino ya que realizó a regañadientes su obra que era más una presunción del papa Paulo III quien lo tuvo “secuestrado” por 5 años mientras concluyó el famoso fresco.

Ferrari ha sido verdaderamente innovador no tanto porque a nadie se le haya ocurrido la idea de la contestación sino porque ninguno se había atrevido con tan denodado esfuerzo a presentar, a través del arte, la crudeza de la crítica contra instituciones y costumbres pluriseculares, tradicionalmente incontestables. Con su arte, Ferrari se ha consagrado como un original iconoclasta, quizá el primero verdaderamente ortodoxo de la era moderna que transpira libertad derrumbando mitos y deponiendo prejuicios y fundamentalismos; ha cantado la muerte de los dioses que crearon los juglares con la misma lozanía de unos versos artísticamente erectos y borbotantes en la lasciva página de la historia. Sus insinuaciones son una exégesis de la humanidad contada desde la otra orilla: la de los desheredados por el despotismo, los abatidos por la guerra, los condenados por los credos, los maldecidos por el amor.

Quizá su éxito radica en que su originalidad es la que todos hemos querido tener para desahuciar los fundamentalismos pero que los respetos humanos y lo políticamente correcto nos han negado. Auguro que antes de finalizar la exposición las miradas críticas de la opinión y los medios se interesen por ese original golpe de estado contra los despotismos de todo linaje que es la exposición de Ferrari.

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